martes, 31 de enero de 2012

Oniromancia (Winnét de Rokha)






Sinfonía del instinto (frag.)


Enajenar un nudo de albas sobre la frente,
un turbante a detener la sombra
con la estridencia de sus medallas.

Licor de cicuta, campanas.
Estoy confusa, no me reconozco;
cuando salgo al encuentro de las amapolas,
ya la tiniebla me invade.

Sino fatal, reverenciado más allá del Otoño;
camino a tientas, sonámbula,
arco y triunfo desplumado sobre la carretera,
me lastimo los pies y la helada
salva la existencia de una rosa.

Ya vienes, enlutado y febril
haciéndote olvidar, presentando
el sello arcano
que el hombre graba a cincel
sobre sus espaldas.

Allá está el faro atravesado de águilas,
mis rodillas sangran
desde que la punta de mis ojos no me adivinan.

Corteza de árbol feliz
que da albergue a las luciérnagas,
esas que suben la montaña
y bajan al valle desde mi cerebro.

Ronda de pájaros y niños fosforescentes
cazando lunas y pétalos de canción fugaz.

Yo limito la carretera del dolor
y me enjugo las lágrimas del plenilunio, entre follajes
que cuentan cuentos de aparecidos y fantasmas,
y quienes nunca vi,
y a quienes, sin embargo, temo
tanto como a mí misma.

Duermo, sonrío, la esencia de mi ser se disgrega,
entre las uñas de mis dedos las ideas florecen
y se incrustan rectas y venenosas
en el corazón de la noche.

Menos mal que me invade una claridad sonora
y voy por los ríos, azotando piedras o cráneos
que son incienso en el altar del pecho.

Desnuda contra el horizonte:
agua, atmósfera, líquido, fragancia,
armonía de un instante
en que lo bello despliega todas sus velas
para recoger náufragos.


La aurora ciega


Me ha traído rosas en una bandeja de oro,
aquellas rosas de Enero que no serán jamás las hermosas rosas de Octubre
y que son rosas.

Yo he echado mis palabras a esa redoma de peces;
las he echado como quien echa arroz en agua blanda,
o flores a la espalda de los pantanos.

Y como son palabras semejantes a las palabras de antaño,
a las que en tropel primitivo y poderoso como adolescentes fieras,
cruzaron mi juventud.

Y como tengo miedo de desconocerme,
las arrojé debajo de las cabelleras del sol,
con locura, con miseria humana.



de Oniromancia 1era ed. 1943 / 2da ed Ed. Multitud / Chile 2011

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