jueves, 19 de enero de 2012

Oleaje de eternidades (Pablo de Rokha)


El sexo, el hambre, el vino y la justicia,
Winétt, enarbolaron las catedrales y los estandartes, y “Dios” es alcohol terrible,
los cantos son mando tronchado y libertad acumulada.

         Cuando te nombro, Luisa Anabalón, se remece la especie,
todos los muertos paran la oreja en lo infinito,
y del árbol del mundo caen lágrimas grandes, pálidas como truenos solos, y águilas sin cabeza,
familias horriblemente heridas por la divina cuchillada de lo bello tremendo,
porque tu  nombre es el amor vestido de abismo, el dolor trayendo un recuerdo de
  fabulosa heroína moribunda o pájaro oceánico, y la naturaleza y la materia
  echando flor ogaño.

Todos mis libros son un monumento
a tu belleza y a tus poemas, hechos con un pueblo eterno  y pan internacional, chileno,
              piedras de sangre, tierras
donde tú eras muchos lagares juntos y una gran sandía de oro.

A la manera de un navío, un pétalo o un átomo inexorable,
lo  irreparable acuna tu figura azul,
y estás  sonando siglo abajo como una gran leona estructurada en un grano de música,
¡oh! verano desenganchado, linda niña mía,
¿qué gigante huracán azota la historia, que te escucho sollozar en las tinieblas como una guitarra atronadora?...

Siendo un sueño maravilloso de las estrellas copretéritas,
te ceñiste a mi corazón; rodaron los peñascos del espanto como cavando sol,
                    asesinándote;
solo como lobo en despoblado, voy acariciando tu recuerdo.

Desde las médulas de la época, quemado y furioso de inmortalidad,
te aúllo como un mar de acero que se incendia,
descerrajando el límite de la materia, tronchando los años, bramando, y tropìezo
como un ataúd de león, con mi bastón de varón acongojado
que te arrulla con rugidos, y con el gran imperio colonial de la literatura,
edificado por debajo de la conciencia,
con guiñapos de fantasmas, con andrajos de desgracias, con pedazos de palancas rotas y sangre de serpientes.

El cinturón de fuego del destino me aprieta los riñones, me patea
sin compasión la vida, y yo respondo dando la batalla contra la batalla, como quien
defiende a una paloma encadenada,
cuando lo único que poseo eres tú, y no existes.

Pablo de Rokha en “Acero de invierno” 1961

2da ed. Ed. Multitud . Sgo de Chile 2011



1 comentario:

  1. Felicitaciones por tu blog y su contenido.

    Abrazos de incipiente poetiza.

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