lunes, 16 de enero de 2012

El orden visible (Carlos de Rokha)







Carlos de Rokha nació en Valparaíso en 1920 y murió en 1962. Hijo mayor de Pablo y Winnet de Rokha, fue parte de la generación literaria de 1938 y colaboró con el grupo Mandrágora, fundado por Teófilo Cid, Enrique Gómez Correa y Braulio Arenas.
Su obra, de fuerte impronta surrealista, ha circulado escasamente a pesar de haber sido galardonada en varias ocasiones.
La Editorial Multitud de la familia De Rokha, acaba de publicar El orden visible que recoge su obra entre 1945 y 1950.
De allí tomamos estos poemas.












Memorial y llaves


 ¡Dadme un sueño de ojos abiertos,
un muro donde caer arrodillado!


Mi sangre está llena de islas,
mis párpados de anunciaciones y agonías.
¡Pero en mi corazón no cabe un dolor más!


Mi piel está llagada por dentro.
Me han cercado los fantasmas del terror y del sueño.
¡Ay, crueles vigías, liberadme
y tú, río del amor, dóname ya la pura
quietud de tus anillos!
¡A mí, que nada poseo
sino las mortajas que nos deja el sueño
los silicios del hambre y del asombro!


Pues atravesé la noche en busca de otros mundos.
Y no encontré nada sino bestias degolladas ensangrentando los caminos.
Nada sino pájaros heridos en los mudos tejados
y niños que morían sin alcanzar el velero de sus sueños,
apostados frente a tierras baldías que desde los pies los devoraban.
Y contra ellos lanzaban los lobos del silencio
y los puñales del abismo que una mano invisible blandía.
Cada vez que sus cantos llenaban la mañana
con corales de júbilo y espera.


¡Ven, dulce muerte de ropaje benigno y ardientes instrumentos!
Porque no encontré nada sino a Ti
en la víspera de cada viaje.
Y en el error de todo tumulto.


Tú llenabas el paisaje de la sierra y las vastas columnas de los ríos.
¡Tú, gran liberadora, y tu ojo de piedra clavado en las ventanas!
¡Ven! quiero que veas a tu huésped desnudo de recursos.
Voy a tender hacia ti las mismas manos que tu santa ceniza recibieron.


Voy a darte mi sed y mi agonía
y los libros de mi redención y mi locura
y las palabras con que nombré tu reino para alcanzar los límites
que el hombre siempre anhela sin lograr sus esencias.
¡Ven, leve viajera y quédate
en tu ligero corcel de plata volando en mis jardines!
Voy a darte mi vida a cambio de los sellos que me cubran el alma.
Y del postrer licor que me moje los labios.
Voy a darte este cuerpo y estos huesos
que hondas hachas hirieron negándome el reposo.




Sonatina


Sí, yo os lo decía: doradas cañas
han de incendiar el alba
y un niño de ojos muertos
dialogará con el río´


¿Veremos, veremos esa llama
lavándose en la piedra
y el sonoro gallo del leve mediodía
bailar en torno a ella?


¡Ah, el gallo de alas de níquel
y la llama, que es rubia manzanera
decorando la hierba con un rubí de sangre







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